“Varón y mujer los creó”
(De la homofilia, sus causas, su prevención, su terapéutica)
por Dra. Mariana De Ruschi Crespo
No es necesario el dato de la Revelación para percibir y conocer la
condición sexuada, compartida con la mayoría de los animales, y con la cual
venimos a la existencia. “Sexuado” significa sólo y exclusivamente macho
y hembra, masculino y femenino, tal como lo corroboran la microbiología y la
genética. Los muy excepcionales
trastornos genéticos, básicamente los síndromes de Turner y de
Klinefelter, no impiden definir que el primero ocurre en una mujer
y el segundo en un varón: conllevan otras enfermedades e implican
severas limitaciones para sus cortas vidas.
El lenguaje confirma y expresa la percepción y el conocimiento humano dándoles una cierta
perfección. El lenguaje nos permite nombrar al recién nacido que muestra
genitales masculinos, “varón”, y darle un particular nombre de varón. Asimismo,
nos permite designar “mujer” a la recién nacida por sus indicadores de
genitalidad femenina. Esos genitales, hacen por su complementariedad,
desde el comienzo, referencia a la reproducción, y el lugar asignado en ella
a cada sexo: es decir que nuestra
condición sexuada está inexorablemente relacionada por la evidencia de los
genitales, a roles reproductivos. La evidencia de la diferencia sexual y de su
significado se mantiene a lo largo de la infancia, tanto en los niños como en
sus padres y en el entorno cultural fiel a la verdad de las cosas. La
genética confirma la evidencia perceptiva y la verdad de las cosas pues cada
célula de un varón tiene el cromosoma Xy y cada célula de la mujer el cromosoma
XX. Son asombrosos los estudios de la secreción diferencial de hormonas en el
embrión del varón y de la mujer, y en el
infante varón o mujer: baste como ejemplo, que la secreción de testosterona en
los primeros meses de vida del varón es una forma de “masculinizar” el
cerebro, lo cual se confirma en conductas, inclinaciones y actitudes
marcadamente diferentes entre el niño y la niña desde muy temprano en su
desarrollo. La genética y las hormonas acompañan desde el principio la
sexualidad diferenciada del varón y la mujer. La sexualidad es desde el
principio sólo y exclusivamente “heterosexual “.
Sin embargo la inclinación a la cópula, la llamada “inclinación sexual”
o inclinación heterosexual no es innata: si bien ella es una
inclinación natural, no es innata pues
para que aparezca, se desarrolle y
afirme se requiere el tiempo de la
maduración personal, que reúne sincrónicamente la maduración de los órganos
reproductivos y la maduración neurológica, con la maduración intelectual
y afectiva, tanto en los varones como
en las mujeres. Es esperable que haya
atisbos de inclinación heterosexual
antes de que se complete esta maduración, pero se consolida mediante esta
madurez cerca de la adolescencia, ese “tiempo de hacerse adulto”: “adultus”
significa plenitud del desarrollo.
¿Qué ocurre entre el nacimiento y este momento de la esperable madurez
sexual?
- Se
desarrolla, o no, una capacidad de conocer, de aceptar la realidad y en
concreto el “datum”, como base, en la percepción, del conocimiento
de la realidad, de uno mismo y del otro.
- Se
desarrolla, o no, una capacidad de descubrir bienes en la vida
propia y en la de los demás, y de
amarlos. En rigor no hay conocimiento verdadero sin amor, ni amor
sin conocimiento.
- Se
desarrolla, o no, una valoración de la sexualidad propia y de sus
recursos, y una valoración de la sexualidad del otro sexo y de sus
recursos. Es de capital importancia el amor con que el niño y la niña son
amados, respetados y valorados para que esta valoración, propia del recto
amor a sí mismo y al otro, se despliegue. El sostenido ejemplo de los
padres en la valoración de su
complementariedad recíproca, es causa de valoración para el niño, de ambos
sexos. Al referirme a “recursos”
estos incluyen esas cualidades complementarias, esa
belleza exclusiva del otro
sexo que favorece la
inclinación heterosexual haciendo
deseable la unión, unión de varón y mujer.
- Se
aprende con la guía de los educadores, o no se aprende, año a año, a
cuidar el cuerpo y sus tendencias, a actuar en relación a la sexualidad
respetando su finalidad, a moderar los deseos evitando la excitación
del sentido del tacto. La finalidad de
ello es que el deseo sexual
madure abrazado por la espiritualidad y encuentre su destino en la vida
conyugal. Es decir que la sexualidad exige siempre moderación para su
desarrollo en salud, exige para su buen desarrollo que se viva la
templanza, en concreto, castidad: la lujuria o desorden del sentido del
tacto puede comenzar en la infancia y perturbar gravemente la futura
heterosexualidad, o ser determinante para una inclinación
homofílica.
La inclinación homofílica resulta de un fracaso de mayor o menor
gravedad en el desarrollo de estos cuatro aspectos: conocimiento de lo
dado, capacidad de descubrirlo como un bien, capacidad de profundizar y crecer
en la valoración de la sexualidad propia y del otro, capacidad de gobierno y
cuidado de la sexualidad. Como ya se dijo, la inclinación heterosexual ya
establecida, aunque sea en sí misma un bien y una oportunidad de salud, se inscribe en cuadros psicopatológicos
afines vulnerada por el narcisismo, la pérdida de criterio de
realidad y la erotización. Para el varón o la mujer que
padecen una inclinación homofílica
los cuatro aspectos arriba señalados han tenido un
desarrollo deficiente dando sitio al avance correlativo de conductas y
hábitos que describo a
continuación:
- La
negación de la realidad, o lo que sería aún más grave, la
“renegación” de la realidad y sus datos abren la vida anímica a “imaginarios” o
fantasías que reemplazan esos datos. Entiendo por “renegación” una mentira
que se afirma habitualmente y como si fuera verdad, de modo que la
persona no sólo “se la cree” sino que impone a los demás su mentira: es un modo de pensar y de
actuar propio de la psicopatía, trastornos antisociales, mitomanías. Cerrada a la realidad, el alma exacerba
movimientos egocentrantes y obsesivos que agravan el desconocimiento
de la verdad de las cosas y distorsionan su vínculo con los otros.
- Por
el primado de la fantasía, y por una carencia de amor en el entorno
del niño, “carencia”, que es muchas veces maltrato, queda impedido u
obstaculizado el descubrimiento de bienes personales amables, y el
crecimiento en el amor que su descubrimiento
favorece. En su reemplazo, ante la ausencia del gozo afectivo
espiritual, aumenta la
procura de “goce” sensual y se exacerba su valoración. Esta “procura de placer”
se centra inexorablemente en el sentido del tacto, sin duda
el más íntimo, el más accesible, y fuertemente excitable. Los demás
sentidos juegan un rol secundario en la excitación,
especialmente el sentido de la vista. Retiene, esta procura de
placer venéreo, la necesidad humana de cercanía e intimidad, pero desgraciadamente, se
tratará de placeres, y hábitos masturbatorios, separados de la dinámica
del amor, muy perjudiciales para la salud anímica del niño o
adolescente.
- La
valoración de la sexualidad, de la corporeidad, distorsionada por
las fantasías egocentrantes, queda restringida a su cualidad excitante y
placentera, lo que disgrega, corrompe y pervierte su misma
naturaleza o finalidad en la unión
amorosa y procreativa. La homofilia
es visiblemente consecuente al abandono afectivo, el egocentrismo y la lujuria de quien la padece
- Se
incentivan, desde el entorno del niño diversas formas de erotismo. El niño
crece en un entorno de permisividad para el uso y abuso en relación
a los placeres venéreos, que son objeto de bromas y burlas,
cuando no se los excita por descuido, o mediante un trato
abusivo del niño y su sexualidad. La homofilia es visiblemente consecuente
al maltrato o abandono afectivo, a
una lujuria y un dinamismo egocentrante establecidos en la vida de quien la padece.
Lo que hemos descripto en este último punto señala la incidencia
de la perversión o el maltrato del
menor, que puede causar su
“muerte psicológica” y es una de las principales causas de inclinación homofílica inscripta en un cuadro
psicopatológico severo. Cuando la sexualidad del niño es tomada como “bien de
uso” por un adulto o alguien mayor a él, a quien el niño se le entrega
confiadamente por la autoridad que
razonablemente le concede, este niño es expulsado por el abuso que padece de
los ámbitos de la racionalidad y del
amor, con lo cual el daño psicológico es gravísimo y su acceso a una vida
sexual sana queda severamente obstaculizado, en especial porque se le inducen
hábitos perversos. Es incalculable la cantidad de niños abusados o pervertidos,
es incalculable la cantidad de personas con una inclinación homofílica que han
sido pervertidos en la infancia y adolescencia.
La homofilia muestra las características de su afectividad
desordenada en la tendencia compulsiva a la seducción : en lugar del
movimiento amoroso hacia el otro, se
procura el movimiento del otro hacia sí, fabulando al otro como dador de
“valoración” mediante la provisión recíproca de placer. Impostar el rol de niño es un modo
generalizado de seducir en los homofílicos, porque declaran así desvalimiento y
necesidad, pero también porque retienen el haber sido deseados eróticamente
como niños o como adolescentes.
Respecto de la prevención, señalamos a
continuación las condiciones más
saludables para el desarrollo de la inclinación heterosexual
- Una honestidad moral e
intelectual en la vida familiar o el entorno del chico, tal que le
permita aceptar la realidad como viene dada, la tolerancia del sufrimiento, de la frustración y las dificultades, la
adecuación de los actos propios a lo que es. De parte de los padres y
educadores, es esperable su aceptación de las particularidades del niño
independientemente de sus gustos o preferencias “narcisistas” que lo
condicionarían a salir de “lo que es”, siguiendo fantasías
enajenantes.
- La
guarda de los sentidos y la imaginación para preservar la racionalidad
de la vida afectiva, permitiendo el dialogo con la realidad, diálogo
que un desborde de la sensualidad interrumpe, a la vez que se desordena y
obstaculiza un proceso de desarrollo integrado de las facultades
anímicas, muy especialmente el crecimiento en el amor: aunque el amor trae
placer por añadidura, el amor y la procura de placeres son
tendencias antagónicas.
- La persistente, continua, íntima
exposición a causas ejemplares de
amor, de esponsalidad, de maternidad paternidad y
fraternidad, de vida familiar, permite que los bienes de la heterosexualidad
se conozcan por connaturalidad, es decir, amando. Es así como se
desarrolla en salud el natural deseo sexual, que se plasma en un deseo de
engendrar vida, en el varón, y en un deseo de recibir la vida y cuidarla,
en la mujer.
El fracaso de un crecimiento en el amor durante la infancia expone a un
ensimismamiento en procuras de placer y de valoración imaginarias,
egocentrantes. La gravedad de esta situación como causa de inclinaciones
homofílicas se ve amplificada en nuestra sociedad por las ofertas del
consumismo y la erotización de la
cultura, especialmente por la pornografía. Además, es su severo agravante el soporte ideológico que
valida ese rechazo de los datos de la realidad por parte del homofílico, y más
aún si
ya se ha entregado a las voluptuosidades sugeridas por su
fantasía, o por la oferta del LGTB. Todas las “alternativas” a la
heterosexualidad, que propone el erotismo homofílico, son alguna descomposición
delirante de la realidad “varón-mujer”,
de modo análogo a como se disgrega y
desintegra la luz (varón-mujer) en una indefinida gama de colores al pasar por
un prisma. La realidad varón-mujer permanece allí y siempre, inexorablemente.
Para sintetizar, digamos que, desde la erotización lujuriosa en el
contexto de un registro fantaseoso y egocentrante de las cosas, la
sexualidad propia y la del otro se desdibujan, ya no pueden concebirse con
lucidez, y así, la conciencia ineludible de la diferencia sexual y de sus
implicancias es motivo de angustia, y luego, si la patología avanza, motivará un intento de erigir la
propia desgracia en norma, equiparando
las alternativas perversas a “lo dado”, lo cual
requiere al homofílico un inquietante esfuerzo de impostura y de
voluntarismo, visibles en la
exacerbación sensual y expresiva del sujeto en cuestión. Digamos, asimismo, respecto de la inclinación heterosexual, que, siendo una
inclinación natural, tiene mayor entidad, y, una vez establecida, suele
resultar invencible aunque se vea amenazada. A partir de la adolescencia,
la inclinación heterosexual constituye
una fuerza afectiva integradora que unifica la vida personal en pos de un crecimiento en el amor,
especialmente por la fecundidad propia de todo amor, y que es
inherente a la sexualidad.
Dicho esto, cabe que hagamos una breve mención de la terapéutica
indicada para quienes padecen una inclinación homofílica. Partiendo de que todo
padecimiento psicológico puede ser curado, afirmamos que la inclinación
homofílica no es una excepción. Será necesario que la persona recorra un camino de aceptación humilde de su
miseria, un camino abierto a la verdad,
aunque duela, un camino de apertura a la
realidad y a los demás, un camino de adquisición de virtudes, opuestas a los
vicios instalados: la persona deberá ejercer perseverantemente el gobierno de
sus sentidos, de sus fantasías y de sus acciones para rectificar su
inclinación. La virtud fundamental es en este caso, la castidad, en tanto
favorece el acceso a la dinámica del
amor, lo cual puede ser muy arduo, y
requerir por lo mismo la compañía del terapeuta. La amistad
psicoterapéutica es oportunidad de que
el homofílico conozca el amor verdadero, que, en tanto participado del amor de Dios, puede
devolverle la identidad perdida. Será ineludible la confrontación con la verdad de las cosas:
“sos varón y sólo varón”, “sos un adulto, ya no sos un niño”, y como
el actuar sigue al ser,
ser varón y adulto obliga
interiormente a determinadas y particulares renuncias y decisiones.
La gran fuerza terapéutica para la persona homofílica es la adquisición
de hábitos relacionados con el amor desinteresado hacia los demás: el
servicio, la capacidad de descubrir respetuosamente el bien y la belleza en la
vida de los prójimos, la capacidad de moderar las ansias posesivas, la
abnegación. No hay valor más alto en la propia vida, ni fortaleza mayor
que la capacidad de amar con amor verdadero, con amor de benevolencia; esta
experiencia hecha virtud sana la vida del homofílico. Su padecimiento puede
cifrarse en una serie de intentos fallidos o perversos, en pos
de la experiencia del amor
verdadero. Sólo la caridad es puerta
y vía magna hacia la salud del alma. Por dar un ejemplo de cómo se efectiviza esta
terapéutica, se puede proponer el ejercicio de mirar al otro en tanto
otro: mirar al otro sin
autorreferencialidad, mirarlo en un silencio contemplativo abierto a descubrir
el bien de su vida, mirarlo y poder compadecerse de él, si fuera el caso, seguir con el corazón allí, hasta alcanzar
el sentimiento de “qué bueno es
que este prójimo exista sin más”. Sólo desde esta experiencia hecha virtud podrá el paciente llegar a valorar su propia vida, como sitio de esta bendecida
capacidad. El amor sacia, y sacia tanto que ya nada se procura fuera de su
dinámica. Amor profundamente terapéutico, tanto para ellos, que desean salir de
su trágica inlinación, como para todos nosotros.
N. B.: “Perverso” se entiende aquí en su sentido más
estrictamente etimológico. Del latin,
“per”, completamente o
atravesando, y “versus” dado vuelta. Ello no indica necesariamente
voluntariedad, mala intención ni malicia. Simplemente señala, respecto del fin
propio de la sexualidad, un desvío, un “completo darse vuelta”, a tal
punto que le quita a la sexualidad su naturaleza propia, su razón de ser, su
constitutiva orientación. Antes de que
se llegue a establecer en las personas su inclinación heterosexual, esta
“perversión” de la sexualidad suele
derivar en un espectro de
“afecciones eróticas”, erotismos contra
natura, generalmente y en un principio, la homofilia, que se inscriben
siempre en un cuadro psicopatológico.
Sin embargo, luego de establecida la orientación heterosexual, podemos
encontrar “conductas perversas” en la
sexualidad tales como las prácticas heterosexuales contra natura, e incluso
en distintas formas de rechazo de la fecundidad y de la vida
concebida.
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