Ansiedad
por el futuro
por Ludovico Videla
Estas
últimas semanas vivimos una verdadera epidemia de inquietudes, oscuros temores
y máxima incertidumbre, que llevó a muchos a temer por el futuro de sus ahorros
financieros y también por sus propiedades rurales y urbanas.
Algunos
dirigentes “sociales” se encargaron de ennegrecer el horizonte con propuestas
de reformas agrarias o urbanas.
Conociendo
un poco nuestra cultura política, que busca destruir todo lo que funciona e
igualar para abajo todo lo posible, todo este maleficio parece creíble. Yo, sin
embargo, mantengo mi escepticismo sobre la capacidad de acción de estos
dirigentes.
En
primer lugar, fui testigo de la reforma agraria peruana, impulsada por
militares neo-marxistas, que dio desastrosos resultados. Perú exportaba
alimentos y tuvo que comenzar a importarlos. Además, los trabajadores a quienes
se les dio pequeñas parcelas al gusto de los ideólogos terminaron en el Gran
Lima formando “pueblos jóvenes”.
Pero
hay algo más, la masa de piqueteros que forma parte de estos movimientos está
acostumbrada a recibir sin dar nada a cambio. A lo sumo el voto o la
concurrencia periódica a protestar por la actualización del subsidio. Esto
viola el principio del Padre Pedro Opeka, que construyó a partir de un basural,
barrios de vivienda dignos, para los pobres de Madagascar. Todo subsidio,
regalo, o prestación exige la reciprocidad, si queremos elevar a la persona
beneficiada. Si a partir del reclamo de derechos damos sin recibir nada,
estamos hundiendo a las personas.
Mi
intuición es que cuando Grabois implemente la reforma agraria, no va a
encontrar ningún voluntario para ir a trabajar la tierra. La tierra va para los
que la trabajan sin necesidad de la mediación de Grabois o del Estado.
Si
ni la feroz dictadura cubana logró a punta de pistola o bayoneta, obligar a
cosechar la caña, parece improbable que un Estado débil y corrupto como el
argentino o el piquetero Grabois lo logren.
Todo
esto viene a cuento de un capítulo fantástico de un libro que estoy releyendo,
de C.S. Lewis “Carta del Diablo a su sobrino”[1].
El viejo diablo instruye a su sobrino Orugario sobre la mejor forma de lograr
que la persona se aleje de Dios – llamado el Enemigo- y se acerquen al
infierno. “No hay nada como el suspenso y la ansiedad para parapetar el alma de
un humano contra el Enemigo. Él quiere que los hombres se preocupen de lo que
hacen; nuestro trabajo consiste en tenerlos pensando que les pasará”.
Dios
quiere que nos sometamos con paciencia a su voluntad, incluso la tribulación
que nos ha caído en suerte. Para la tarea de soportar esto, Dios nos dará “el
pan cotidiano”. No otra cosa significa la admonición evangélica de dar a cada
día su afán, sin preocuparse del futuro, dejando en sus manos nuestra
tribulación.
El
diablo quiere por el contrario, que nos olvidemos del presente que es lo único
real y por lo tanto en directo contacto con lo sobre natural y con Dios, y que
fantaseemos sobre el pasado, que nadie puede cambiar ni siquiera Dios, o mejor
aún que discutamos y elucubremos sobre la utopía del futuro puro cripto
idealismo donde cualquier desmesura tiene cabida.
Si
nos ocupamos de los problemas de cada día, construyendo con paciencia lo que
nuestra situación nos indica, pasarán todas las angustias y sus fantasmas sin
que en el futuro nada resulte ni se concrete, como amenazan los agoreros.
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