sábado, 21 de septiembre de 2019

Carta del Presidente


Ansiedad por el futuro


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por Ludovico Videla



Estas últimas semanas vivimos una verdadera epidemia de inquietudes, oscuros temores y máxima incertidumbre, que llevó a muchos a temer por el futuro de sus ahorros financieros y también por sus propiedades rurales y urbanas.

Algunos dirigentes “sociales” se encargaron de ennegrecer el horizonte con propuestas de reformas agrarias o urbanas.

Conociendo un poco nuestra cultura política, que busca destruir todo lo que funciona e igualar para abajo todo lo posible, todo este maleficio parece creíble. Yo, sin embargo, mantengo mi escepticismo sobre la capacidad de acción de estos dirigentes.

En primer lugar, fui testigo de la reforma agraria peruana, impulsada por militares neo-marxistas, que dio desastrosos resultados. Perú exportaba alimentos y tuvo que comenzar a importarlos. Además, los trabajadores a quienes se les dio pequeñas parcelas al gusto de los ideólogos terminaron en el Gran Lima formando “pueblos jóvenes”.

Pero hay algo más, la masa de piqueteros que forma parte de estos movimientos está acostumbrada a recibir sin dar nada a cambio. A lo sumo el voto o la concurrencia periódica a protestar por la actualización del subsidio. Esto viola el principio del Padre Pedro Opeka, que construyó a partir de un basural, barrios de vivienda dignos, para los pobres de Madagascar. Todo subsidio, regalo, o prestación exige la reciprocidad, si queremos elevar a la persona beneficiada. Si a partir del reclamo de derechos damos sin recibir nada, estamos hundiendo a las personas. 

Mi intuición es que cuando Grabois implemente la reforma agraria, no va a encontrar ningún voluntario para ir a trabajar la tierra. La tierra va para los que la trabajan sin necesidad de la mediación de Grabois o del Estado.
Si ni la feroz dictadura cubana logró a punta de pistola o bayoneta, obligar a cosechar la caña, parece improbable que un Estado débil y corrupto como el argentino o el piquetero Grabois lo logren.

Todo esto viene a cuento de un capítulo fantástico de un libro que estoy releyendo, de C.S. Lewis “Carta del Diablo a su sobrino”[1]. El viejo diablo instruye a su sobrino Orugario sobre la mejor forma de lograr que la persona se aleje de Dios – llamado el Enemigo- y se acerquen al infierno. “No hay nada como el suspenso y la ansiedad para parapetar el alma de un humano contra el Enemigo. Él quiere que los hombres se preocupen de lo que hacen; nuestro trabajo consiste en tenerlos pensando que les pasará”.

Dios quiere que nos sometamos con paciencia a su voluntad, incluso la tribulación que nos ha caído en suerte. Para la tarea de soportar esto, Dios nos dará “el pan cotidiano”. No otra cosa significa la admonición evangélica de dar a cada día su afán, sin preocuparse del futuro, dejando en sus manos nuestra tribulación.

El diablo quiere por el contrario, que nos olvidemos del presente que es lo único real y por lo tanto en directo contacto con lo sobre natural y con Dios, y que fantaseemos sobre el pasado, que nadie puede cambiar ni siquiera Dios, o mejor aún que discutamos y elucubremos sobre la utopía del futuro puro cripto idealismo donde cualquier desmesura tiene cabida.
 
Si nos ocupamos de los problemas de cada día, construyendo con paciencia lo que nuestra situación nos indica, pasarán todas las angustias y sus fantasmas sin que en el futuro nada resulte ni se concrete, como amenazan los agoreros.








[1] Cartas del diablo a su sobrino - C.S. Lewis -Editorial: Espasa-Calpe, Madrid,España


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