jueves, 14 de marzo de 2019

Experiencia familiar en el santuario de Lourdes por Siro M. A. De Martini



Carta de Lourdes


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por Siro M. A. De Martini

Juan Marcos Pueyrredón me pidió que escribiera algo sobre nuestra experiencia familiar (Verónica y yo, dos hijas y un hijo) en el santuario de Lourdes en enero pasado. Para complacerlo (¿y cómo no complacerlo?) he elegido el género epistolar con la esperanza de que nos permita expresar algo que por su naturaleza es casi inexpresable. Se trata, por supuesto, del amor.

Muy querido amigo:



como habíamos programado estuvimos tres días y medio en Lourdes. Tiempo que turísticamente es un despropósito, tiempo que espiritual y afectivamente a duras penas alcanza para empezar. Si quisiera comenzar por el final tendría que decirte que, con gran gusto, nos hubiéramos quedado allí una semana o quince días o un mes más, y también que soñamos con poder volver a Europa quizás para instalarnos sólo en Lourdes. ¿Por qué? , preguntarás. De un modo casi infantil te contestaría: - para poder estar más tiempo en casa de Mamá- . Porque de eso se trata, -es la casa de María-, escribió una de mis hijas. Y creo que ese es el secreto. Sí, efectivamente, es la casa de María.

Es probable que quienes nos estén leyendo (o vos mismo), hayan experimentado algo similar en otros santuarios o, quizás, en la casa histórica de María en la cueva que está en la Basílica de la Anunciación en Nazaret. Sabemos además que en todos lados podemos encontrarnos con nuestra Madre, comenzando por el santuario de nuestras propias almas. Pero Jesús, a quien le encanta hacer regalos, quiso hacernos este.

Hay una basílica, con su cripta, y otra basílica y una iglesia subterránea para miles de personas, y un gran centro para confesiones y velas, muchísimas velas… pero hay, ante todo y, quizás, únicamente, la gruta. La gruta. Y ahí te espera María. Uno se pasaría ahí el día entero. No querés que termine nunca. Y cuando te vas un ratito, enseguida querés volver.

Escribía uno de mis hijos: “En la gruta me quedaria horas mirando el agua del manantial, escuchando su ruido y viendo cómo sale, sin parar. Agua de María... y en una pared especialmente de la gruta, todo el tiempo caen chorritos de agua y si uno mira para ver de dónde salen, va directo a la Virgen, al lugar donde se apareció. La gruta es perfecta. Me impresiona pensar que la naturaleza la fue formando especialmente para que la Virgen pueda aparecerse, porque es como que está formada especialmente para una aparición”.





Ahí mismo, dentro dela gruta, a pocos metros del manantial, mi hijo Matías celebró misa. Fue un lunes a las 8 de la mañana. Estaba todavía oscuro, había una suerte de árbol inmenso de velas, todas encendidas, llovía (como todos los días que estuvimos) aunque el techo de la gruta nos protegía. Una buena cantidad de peregrinos –seguramente enterados de que habría misa en español- habían ocupado los bancos. Incluso ese banco especial, ¡tan especial! que está sobre el lugar en el cual Santa Bernardita se arrodilló en la primera aparición. Frío, mucho frío, como el que habrá sentido aquel 11 de febrero Bernardita. Y entonces, amigo mío, el regalo máximo: en la intimidad silenciosa de la gruta, con el fuego de las velas iluminando la imagen de María, junto a Verónica y a mis hijas (y en ellas con mis demás hijos), Dios puso en los labios consagrados de Matías las palabras milagrosas que lo hicieron realmente presente en la Eucaristía. Fue un momento maravilloso en el que se unieron algunos de los principales regalos que Dios me ha hecho: Verónica (que estaba radiante, sobrellevando dolores en su silla de ruedas), mis hijas tan amadas, Matías, a través de quien el Señor hacía todo aquello posible, y María, nuestra madre, intensamente presente porque es su casa y había venido su Hijo a visitarla.

Entre los peregrinos estaba Martine, la mujer de Tim Guénard . Muchos de quienes nos leen habrán tenido la desgarradora dicha de conocer personalmente a Tim cuando estuvo en Argentina hace unos años invitado por la Comunidad del Arca; otros, lo habrán hecho a través de las páginas de “Más fuerte que el odio” o, incluso, en la película “El mayor regalo”.

Este encuentro y todo lo que le siguió, te lo debemos a vos, querido amigo, que tantos y eficaces esfuerzos hiciste para que se concretara. Tim, como te he contado, estaba en Bélgica por una cuestión médica. Por supuesto que nos hubiera encantado conocerlo. Pero conocer a Martine fue como conocer la encarnación del misterio de Lourdes. Una mujer desbordante de alegría, generosa hasta el extremo, que ha pasado la vida, junto con su marido (y puedo presumir que sus hijos), acogiendo gente necesitada, enferma. Dándose por entero cada día y en cada momento del día. Con una energía y paciencia que sólo pueden provenir de la gracia de Dios. Estuvimos en su casa (a unos kilómetros de Lourdes, trepando una montaña), comimos el pan que nos compró y la sucesión de omelettes que nos preparó. Sentados junto al fuego, escuchando nosotros historias de ella y de Tim; escuchando ella, con gran interés, las cosas nada interesantes que podíamos contarle. Tratando a Verónica con una delicadeza y un cariño inmensos. En un momento llamó Tim porque Martine le había dicho que estábamos ahí y quería saludarnos y disculparse por su inevitable ausencia. Yo, que soy un teórico de la misericordia, no puedo dejar de asombrarme y extasiarme cuando conozco gente como ellos que la viven en su plenitud. Sin dudas, además de su individualidad extraordinaria, está en ellos presente el espíritu del Arca y de Jean Vanier, su fundador (¡como te gustaría ver, Juan Marcos, las fotos del casamiento de Tim y Martine y a Jean en ellas, tanto tiempo atrás!).

Es curioso (y penoso) constatar como nuestra época ha bastardeado palabras y realidades espirituales profundas y maravillosas. Me refiero en este caso a las palabras “paz y amor”, suerte de bandera de los 60¨ para describir, bueno, no importa qué. Esta breve introducción es para decirte que Lourdes es realmente un lugar de verdadera paz y de verdadero amor.

Cuando estás en el santuario y, por cierto (y discúlpame que sea tan insistente), contemplando la gruta o haciéndote un lugarcito dentro de ella, la paz es inevitable. Realmente no necesitás nada. No te hace falta nada más. Y por eso podés quedarte ahí, quieto, mirando, gozando, fuera del tiempo, quizás rezando activamente, quizás sólo recibiendo y disfrutando.

Y amor. ¡Vaya si hay amor! Ante todo, el amor de la Señora de Lourdes, nuestra madre, y el de su Hijo. Pero luego está el amor de toda la gente con la que te vas cruzando. Es como si todos hubieran cruzado el límite invisible pero casi palpable que separa el santuario del resto del mundo. ¿Te conté que la gente se acercaba y la tocaba a Verónica o la saludaba y sonreía? Estábamos algo asombrados hasta que nos contaron que en el santuario los enfermos son considerados gente privilegiada. Y, aunque todos quienes estábamos ahí teníamos seguramente algún mal físico o espiritual, en Verónica esto era evidente porque estaba en su silla de ruedas. Y entonces querían manifestarle su amor y,sobre todo, honrarla, y poder recibir de ella algo del dolor que une a la Cruz.

Creo que te conté de los piletones con agua del manantial. Yo pensaba que eran únicamente para gente con graves problemas de salud física. Gente que necesita un milagro para poder sanar. Resultó que no era así, al menos no del todo. Por un lado, están abiertos para todo el mundo (en ciertos días y horarios) y, por otro, no hace falta que vayas a pedir un milagro aunque, a decir verdad, todo lo que uno pide en esas circunstancias requiere de una gracia especial que, si querés ser santo (y todos queremos) parece bastante cercana al milagro. Por otra parte, como te contaba antes, creo que hay en Lourdes una fuerte y clara conciencia de que todos, absolutamente todos, necesitamos ser sanados.

Hay un sector para hombres y otra para mujeres. Te ahorraré los detalles. Sólo que si te dicen que no te preocupes que el agua en invierno está caliente o que no la sentís, no les creas. Por supuesto, el punto está en que no te importa; porque esos piletones en que, después de rezar, unos voluntarios te sumergen (y levantan casi de inmediato), te traen a la mente el misterio de la regeneración por el agua. Una especie de Jordán. Transcribo, nuevamente, algo que escribió ese día uno de mis hijos: “Hoy a la mañana fuimos a las piscinas con agua del manantial. Antes de entrar rece un Rosario, tenía necesidad de rezar, aunque estaba distraída al mismo tiempo. El agua estaba helada. Tan fría que al principio la pasé mal. Hasta que en un momento miré la imagen de la Virgen y le suplique que me sane de todo. Y ahí me entregué a Ella. Me ayudaron a meterme en la pileta. Después de eso me sentía rara y fui a confesarme. Me confesé hace 10 días pero estando acá es como que tuve esa necesidad. Cuando me arrodillé para confesarme empecé a llorar, no podía parar. Mientras hablaba con el sacerdote sentía que algo me desbordaba, como si el agua del manantial hubiera cubierto todo de mí, no solo mi cuerpo. Sentí como que la Virgen se metía hasta el rincón más oscuro de mí y de mi historia, lugares que ni yo sé que existen, y los sanaba. Los acariciaba con esa ternura maternal y les daba luz”.

Habrás visto, mi entrañable amigo, que he recurrido continuamente a mi familia para poder construir este relato. Yo solo no hubiera podido ni empezar. Cuando recibí tu invitación para escribir estas líneas, les pregunté su opinión a todos los que participaron del viaje. Coincidimos en la dificultad (y el pudor) de contar cosas íntimas pero también en que quizás –lo que puede contarse- le podía venir bien a alguien y, sobre todo, en que eras vos quien lo pedías. Ya bastante habíamos charlado en Europa sobre nuestras experiencias. Así que, con recuerdos y apuntes de viaje, hemos elaborado esto entre todos.

Termino este relato con una pequeña intimidad. La noche que recibí tu email le conté a Verónica tu pedido y, a continuación, le pregunté que había traído o encontrado en Lourdes. No necesitó pensarlo porque su corazón hablaba por ella. Ni siquiera tuvo que dar vuelta la cabeza para decirme: paz.

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