BASES FILOSÓFICAS DE LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO
Paola Delbosco
Universidad Austral
Academia Nacional de Educación
Mucho se ha hablado y se habla
hoy del concepto de género y de su posible derivación en ideología. Por esta
razón nos parece oportuno analizar las circunstancias histórico-sociales del
surgimiento de este término, su eventual justificación filosófica, y la actual
superación de la propuesta anterior por una construcción alternativa del orden
social, a través de la supresión de la distinción binaria de género.
1-
El surgimiento del feminismo[1]
Simone de Beauvoir, en su libro El Segundo Sexo (1949), pone como
epígrafe la siguiente frase, atribuida a Pitágoras (s.V a.C.): “Existe un principio bueno, que ha creado el
orden, la luz y el varón, y un principio malo que ha creado el caos, las
tinieblas y la mujer.”[2]
Se sabe que Pitágoras no publicó
nada, así que no podemos cotejar la historicidad de la expresión, pero también
se conocen otras expresiones suyas misóginas, incluyendo la atribución del
número dos como número generador de la mujer, después de aclarar que los
números pares son de por sí imperfectos. Sobran los comentarios, pero resulta
sugerente un dato, que aparece en el L.VIII de Diógenes Laercio “Vidas de
Filósofos”, que en el p.27 afirma lo siguiente:
“ [Pitágoras]Tenía también una hija llamada Damo, como dice Lisis en la Epístula a
Hiparco: ‘Dicen
muchos que tú filosofas popularmente lo cual lo tenía Pitágoras por cosa
impropia e indigna; él, encargando a su hija Damo sus Comentarios, mandó que a
nadie de fuera de la casa los confiase; y
ella, pudiendo venderlos por mucho dinero, no quiso, teniendo por más
preciosa que el oro la pobreza junto con los preceptos de su padre, y esto
siendo mujer.’”
La expresión ‘y esto siendo
mujer’ ayuda a ver como constante a lo largo de milenios el trato de
desvalorización hacia la mujer, que sirve para impulsar la rebelión femenina,
pero es bueno resaltar que la historia
no siempre avalaba la mentada inferioridad.
La elección de Simone de Beauvoir
de este texto,al comienzo de su libro,tiene claramente como finalidad de
mostrar que el status de la mujer
como subalterna al varón hasta encuentra respaldo en la mitología. A la luz de
esa inferioridad femenina, impuesta por la cultura centrada en el varón de este
modo particular de ver a la mujer, Simone de Beauvoirprocede a analizar en su
libro todos los aspectos de la actividad humana: productiva, reproductiva, política,
religiosa y cultural.
Se trata de un análisis realmente
minucioso, que parece convincente por la abundancia de datos y la sutileza
analítica. Por otra parte, el hecho que haya sido escrito a fines de la década
del 40 facilita la percepción de una mujer relegada a la vida doméstica y a la
maternidad.
Justamente en el análisis de la
maternidad, se deslizan los acentos ideológicos de la autora, porque
difícilmente se podrá encontrar una descripción
más alarmante para la mujer que el embarazo o el amamantamiento: la condición física de la
gestante es comparada por Beauvoir a la de los desnutridos de los campos de
concentración, y no puede dejar de verse al niño en proceso de gestación como
un parásito interno, que va carcomiendo la sustancia vital de la madre.
Sin embargo, volviendo al texto
pitagórico,además de esta interpretación más inmediata, la de la sistemática
subordinación de la mujer al varón, también cabe la idea de la mujer como un
ser misterioso. En efecto, es el varón que ve a la mujer como tinieblas y caos,
porque no la puede comprender desde sus parámetros.Refuerza esta idea la
opinión de Emmanuel Lévinas, que considera que para el varón “lo femenino eslo esencialmente otro”[3].
Es cierto que muchas veces esta
condición de distinto es procesada culturalmente como subordinación. La
historia de las civilizaciones nos da, lamentablemente, muchos ejemplos de
sometimiento de los individuos o grupos que son percibidos como distintos, pero
también en esa diferencia podría ocultarse la superioridad.
En consecuencia, según la lectura
que se elija del texto pitagórico, se da lugar a historias muy distintas.Son
estas visiones diferentes que darán forma a las tres corrientes feministas
dels.XX y la última, ya de este siglo:el feminismo de la igualdad, el de la
superioridad, el de la perspectiva de género y su superación trans feminista,
lo que suele ser definido como ideología de género.
Empecemos por el primero, que
tuvo una fuerte difusión sobre todo después de las dos guerras mundiales, e
implicó paulatinamente la admisión de las mujeres al ejercicio de sus derechos
cívicos a través del voto, y de su participación activa en el ámbito público
por la profesionalización y remuneración de su trabajo.
2- El
feminismo de la igualdad
Este fue el camino elegido por el
feminismo de la igualdad (Betty Friedan, 1963), que auspiciaba para la mujer un
rol más activo, sin que esto significara una lucha contra el varón. La
profesionalización de trabajo femenino remunerado había empezado a mediados del
s. XIX, cuando en USA se abrieron los terciarios para las mujeres, en las
especialidades de magisterio, enfermería y secretariado. Esa creciente
profesionalización se intensificó, hacia fines del siglo, con el ingreso -
ciertamente no masivo- de las mujeres a
las universidades en Estados Unidos y en
Europa, donde poco a poco vemos su inserción en ciencias, letras, medicina en
las primeras décadas del s. XX. Como consecuencia, se empezó a ver en el
matrimonio y en la maternidad obstáculos casi insuperables para alcanzar esa
paridad con el varón: la mujer que no quería más ser inferior y quería estima y
consideración social debía ser como el varón.
Pero pensemos, en primer término,
cómo se estableció este estatuto de
inferioridad de la mujer, dado que es compartido por muchas culturas distintas
entre sí, y con nulo contacto intercultural que pudiera justificar una eventual
contaminación.
La explicación más a la mano es
de carácter anatómico-biológico: la mujer, en una misma etnia, es generalmente
más pequeña que el varón, tiene un menor desarrollo muscular y se parece más a
la prole que a los individuos varones adultos. Konrad, Lorentz(1903-1989),
médico austríaco Premio Nobel 1973 de Medicina, y uno de los fundadores de la etología, creyó
encontrar, en estas características comunes a las hembras de muchas especies
animales, un recurso de la naturaleza para protegerlas de los ataques de los
predadores. Según su teoría de la agresividad, sobre todo la intra específica,
esta se desencadena prioritariamente entre machos para la conquista o
protección del territorio. En su texto “La agresión” (“Das sogennanteBöse”,
1962), Konrad Lorenz hipotizala existencia de mecanismos de inhibición de la
agresividad intra específica, y la menor diferenciación de la hembra sería
parte de la estrategia natural para preservarla de la agresión de otros
individuos de su especie. En particular, a través de una serie de experimentos
con animales de sangre caliente y sobre todo con peces, llega a la conclusión
de que la agresividad intra específica hacia las hembras es siempre secundaria,
más bien fruto de una redirección de la agresividad primaria del macho,tendiente
a la protección del territorio. Y esto sería consistente con el propósito de la
naturaleza de especial protección a los individuos femeninos para garantizar la
propagación de cada especie.
Esta referencia explica
funcionalmente las diferencias entre sexos, y no permite fundar ninguna
superioridad o inferioridad.
También es interesante desechar
la interpretación de corte iluminista, que cree ver en la distinción de los
roles femeninos y masculinos un resabio del primitivo patriarcado. Estudiando
la historia de manera sesgada, esta hipótesis se sostiene en el corto plazo y
en una geografía no demasiado amplia. Una muestra de la inconsistencia de la
teoría de un patriarcado primitivo que evoluciona hacia la superioridad
femenina, se puede encontrar en la sociedad pre-indoeurepea, allá por el cuarto
milenio a. C., a la luz de los descubrimientos de la arqueología lingüística:
“Aquella
fue en verdad la era de la mujer. En consonancia con la concepción de los
dioses y los seres sobrenaturales, la sociedad humana de la Vieja Europa era
matriarcal. La mujer ocupaba en ella
papel central. La herencia se transmitía por línea femenina y lo mismo
el nombre y reconocimiento de la estirpe. Pero eso no parece haber implicado
una subordinación del hombre a la mujer. E realidad la sociedad de la Vieja
Europa parece hacer sido muy igualitaria.”[4]
Este hecho, sin bien contradice la hipótesis
de un progreso histórico constante desde un
patriarcado primitivo, no es suficiente para disipar la evidencia de la
postergación femenina en las sociedades modernas y contemporáneas: hubo y hay
postergación. Esto explicaría el éxito de las propuestas del feminismo de la
igualdad, y la necesidad de corregir lo que las distintas culturas dispusieron
como protección a la fragilidad femenina –y a la prole inmadura- y que con el
tiempo, cuando ya no había riesgos reales para la mujer, se cristalizó en opresión.
AmartyaSen, el economista de origen
indio, Premio Nobel de Economía en 1989, también cree necesario estimular un
cambio social para favorecer el pleno desarrollo de las mujeres,
particularmente postergadas por costumbres que les impiden instruirse y crecer
en autonomía. Considerando el efecto positivo, estadísticamente comprobable,
que la educación de las mujeres produce
en sociedades en vía de desarrollo, AmartyaSen menciona una serie de
condiciones para una inserción más activa de la mujer en el contexto social.
Hay que tener en cuenta que está hablando de zonas muy necesitadas de
desarrollo, como el estado indio de Kerala, uno de los más pobres, pero no deja
de ser sugerente su propuesta. Las cuatro condiciones son las siguientes:
alfabetización, educación, trabajo remunerado y alguna posesión personal[5].
Este aporte es novedoso, sobre todo cuando es un economista que lo propone,
porque realza el valor adicional de la mujer en el proceso de desarrollo y
porque ese desarrollo es efecto de un despliegue personal, verdaderamente
enriquecedor de la sociedad, y no de una distribución pasiva de subsidios.
Mencionar la educación femenina,
en este apartado sobre el feminismo de la igualdad, refuerza la idea de que todavía existen sociedades que
relegan a la mujer, pero también propone fuertemente a la educación como la
salida más apropiada de esta situación de inferioridad.
Antes de pasar a la fase
siguiente del feminismo, nos parece oportuno recordar que algunas luchas de la
fase anterior quedan latentes en la sucesiva, así que podemos afirmar que el
feminismo de la igualdad ya no eleva reclamos, pero se hace visible en las
nuevas costumbres que, por ejemplo, se apresuran en tildar de sexista toda
forma de amabilidad o galantería, aun las bienintencionadas.
3- El
feminismo de la diferencia
En los años ´70 el reclamo de
igualdad de la mujer evolucionó hacia la afirmación de la superioridad
femenina, con sus derivaciones políticas y místicas, para llamarlas de alguna
manera.
Por honestidad intelectual, es
necesario reconocer algunos aciertos de esta posición, no tanto en el reclamo
de la pretendida superioridad, sino en no querer para la mujer un desarrollo
que fuera imitación del varón, como a veces sucede con los grupos sometidos. No
es raro que el ascenso en la consideración social implique imitación de conductas y modalidades
de quienes los sometían. Hay muchos matices, y hay que distinguir imitación de
incorporación de costumbres más aptas para la vida humana, o la salud o la
justicia. En todo caso, el feminismo de la superioridad tiene un aspecto sano,
que es el reconocimiento de lo específicamente femenino como algo valioso, que
puede aportar positivamente a la sociedad su riqueza.
En este sentido, la psicóloga norteamericana
Carol Gilligan en su libro “In a
different Voice”(1982)[6],
sostiene que la voz dela mujer trae novedades para el mundo jerárquico que han construido
los varones, con su afán de competir y prevalecer. La estructura social vigente
está asentada rígidamente en principios y leyes, que se aplican sin considerar
la situación particular de cada uno.
Por esta razón puede decirse que
la mujer introduce en el mundo interpersonal una modalidad distinta: la
adaptación de las reglas a las necesidades individuales. Según Gilligan, la
mujer, con su modo diferente de encarar las relaciones, funda una nueva ética,
la ética del cuidado (caringEthics). Con esto Gilligan piensa corregir a Lawrence
Kohlberg y su teoría de las etapas del desarrollo moral. Lawrence, discípulo de
Jean Piaget, inspirándose en las etapas del desarrollo de la inteligencia de
Piaget, presenta seis niveles de moralidad, de los cuales el último, y el más
completo, es el que se funda en principios morales universales. Para Gilligan
ese esquema es rígido porque carece de la voz femenina, y la de la voz es una
metáfora muy potente, porque permite superarla visión dela realidad interpretada
según una abstracta teoría, que es siempre unívoca, para pasar a concebirla
como una conjunción de voces, que puede darse sin que ninguna sea más o menos
verdadera que otra.
Sobre la base de esta nueva
concepción de la realidad, las relaciones entre los seres humanos pasarán, de
estar reguladas por principios y leyes, a implicar empatía y cuidado recíproco.
Análogamente, en su versión
política, la futura supremacía femenina, que anuncia y propicia esta fase del
feminismo, será una definitiva salida de la humanidad de milenios de guerras y
violencias, fruto de haber intentado resolver los problemas humanos con la
razón como única herramienta. La mujer propone, en cambio, una vida guiada por
el sentimiento, la cercanía y la conjunción de personas, sin jerarquías ni
exclusiones.
De estas casi profecías, hay
también una interpretación New Age, que describe justamente el advenimiento de
una nueva era, una era de dulzura y cuidado, una era femenina.
En esta fase del feminismo de la
superioridad, para poder afirmarse plenamentela mujer aspira independizarse del
varón en todo sentido. En lo sexual, la autonomía respecto del varón propicia
el lesbianismo; para la maternidad, dado que el niño es reclamado como un
derecho de la mujer, se acude a la fertilización asistida, ya ampliamente
disponible para todas y sin requisitos
previos; finalmente, la gestión autónoma del cuerpo femenino se manifiesta a
través de un supuesto derecho al aborto legal, libre y gratuito.
Ningunas de estas rebeliones
femeninas ha perdido vigencia en nuestros días. Las iniciativas de
empoderamiento de la mujer se encuentran hoy en el proyecto de establecer un
nuevo orden hegemónico que reemplace al patriarcal ahora vigente, y parece que
el combustible para triunfar es que el colectivo femenino, una identidad plural
indispensable para añadir lo pasional a lo político, pase del agonismo[7] al
antagonismo, del reclamo de igualdad al rechazo al varón.
4- La
perspectiva de género
Un paso más en este paulatino
proyecto de transformación de la sociedad empezó a difundirse en los años ’90.
En 1995 tuvo lugar en Beijing la
IV Conferencia Internacional de la Mujer, convocada por la ONU. En el documento
de trabajo, analizado por los países miembros antes de su participación al
foro, por primera vez aparece en un documento oficial, aunque sea previo a la
declaración final, el término género.
A lo largo de las aproximadamente
ciento veinte páginas del documento,género es mencionado solo entre
corchetes, dado que por estatuto no se puede utilizar un término cuya
definición no haya sido previamente aceptada por todos los países firmantes;
sin embargo, en tres o cuatro frases a lo largo del texto, el término estaba ya
fuera de corchetes, y como se puede apreciar, también aparece en la declaración
final:
“Además de factores de carácter económico, la rigidez de las funciones
que la sociedad asigna por razones de género[8]
y el limitado acceso de la mujer al poder, la educación, la capacitación y los
recursos productivos así como nuevos factores que ocasionan inseguridad para
las familias, contribuyen también a la feminización de la pobreza. Otro factor
coadyuvante es el hecho de que no se haya integrado en todos los análisis
económicos y en la planificación económica una perspectiva de género[9]
y que no se hayan abordado las causas estructurales de la pobreza.” (n.48)
Cabe preguntarnos si la inclusión
del término se debió a un descuido o si fue una estrategia para que finalmente
se pudiera usar, sin restricciones, en documentos oficiales. Por el desarrollo
sucesivo de la perspectiva de género en una ideología, no se puede descartar la
hipótesis de la inclusión intencional, sin que mediara una debida definición
consensuada.[10]
La mentada perspectiva de género
pone el acento en la necesidad de hacer visible el sesgo originado por el hecho
de que un individuo sea de sexo femenino o masculino.
El concepto de género ha surgido como herramienta lingüística paraevidenciar que
lasidentidades sexuales son inevitablemente reelaboradas por cada cultura, y
que las atribuciones de importancia a cada sexo no son simple efecto de la
naturaleza del varón y de la mujer, sino una verdadera distribución social de
valor y poder, a través de la asignación de tareas, conductas y expectativas.
Ya la antropóloga Margareth Mead,
allá en los años ’40, en sus estudios de campo en Sumatra y Nueva Guinea, había
puesto en evidencia el carácter cultural de la distribución de tareas entre los
dos sexos, dado que pudo constatar que las tareas - por ejemplo ir buscar agua al río- eran asignadas a varones en una tribu y a
mujeres en otra, a pocos kilómetros de distancia. Su descripción de los hechos era
en base a la observación directa, y no presentaba para nada connotaciones
beligerantes, pero dejaba entender que lo que era fruto de una disposición
cultural llegada, la necesidad, podía ser cambiado.
En el que es probablemente su
libro más leído,“Male and Female”(1948),
ella plantea claramente esa posibilidad, entendiendo que la distribución de
tareas se modifica, por ejemplo, con la introducción de nuevas tecnologías; en
todo caso, para el progreso de la humanidad es imposible prescindir –dice- de
la cooperación entre los dos sexos.
Pero detrás del término género y de su eventualmente efecto
benéfico de hacer visibles los sesgos culturales y permitir así una mayor
integración y justicia entre los dos sexos, había algo más.
Por analogía con la característica gramatical de ciertos
sustantivos: masculino, femenino (o neutro), de atribución arbitraria y distinta
según los idiomas, el término pasa a entenderse como la invisible construcción
cultural, de por sí arbitraria, que impide el desarrollo de la mujer. Hablar de
perspectiva de género es hacer visible esa construcción para poder
deconstruirla.
Suenan aquí ecos de la filosofía deconstructivista, como
la de Jacques Derrida, que explícitamente niega la posibilidad de encontrar las
esencias de las cosas detrás de la etimología: filosóficamente deconstruir es
aceptar que la realidad, en última instancia,es una construcción lingüística.
5- El trans feminismo o la ideología de género
La teoría deconstructivista se apoya
en el giro lingüístico de la filosofía inaugurado, en cierto modo, por Michel
Foucault, y respaldado desde el psicoanálisis por Jaques Lacan. Encontramos en
la nueva forma que adquiere actualmente el feminismo también elementos del
estructuralismo, derivados tanto de la lingüística de De Saussure como de la
antropología estructuralista de Lévi-Strauss. Todos estos ingredientes deben
leerse como una lenta pero firme deriva anti metafísica: no hay esencias, no
hay realidad, sino palabras que construyen lo que nombran.
No hay algo como un varón o una
mujer, hay individuos a los que se les atribuye un género; no hay soporte
biológico en la asignación de una identidad sexual: hay violencia solapada. El
reconocimiento es siempre de parte de otros, por lo tanto nadie se escapa de
estar sometido a alguna forma de poder. Y la palabra es también siempre palabra
de los otros, con lo cual si alguien es nombrado de alguna manera: varón,
mujer, heterosexual, homosexual, está siendo sometido a un orden que lo oprime
(¿o le oprime?).
Esta fase ulterior, metamorfosis
fuertemente anti biológica del feminismo,
y esta visión totalmente anti metafísica de la humanidad, de la
sexualidad, de la procreación, ya salió de los sofisticados estudios
filosóficos y sociológicos, y está siendo enseñada en las escuelas, incluyendo
la educación inicial.
Si
la biología no tiene nada que decir respecto de qué hace que un varón sea un
varón, no solo que sea llamado varón, y que una mujer sea una mujer, la intención
es no entender la realidad, sino construir otra realidadsobre la base de la
eliminación del dimorfismo sexual, es decir, suprimiendo las dos identidades
sexuales contrapuestas, para dar lugar a una gama prácticamente infinita de
percepciones individuales, fluidas y cambiantes.
El impacto en la raíz misma de la
sociedad no puede no inquietarnos. El concepto de género, así modificado, ya no
tiene como finalidad empoderar a la mujer, sino deshacer la estructura binaria.
Ya hay muchos autores en esta línea de pensamiento: RosiBraidotti, Gloria
Bonder, Denise Riley, pero vamos a analizar particularmente el pensamiento de
Judith Butler, que ya desde 1990 en “GenderTruble:
Feminism and the Subversion of Identity”, transita por el carril
lingüístico del problema feminista: buscar el nombre que nos pueda nombrar sin
violencia y que haga habitable nuestro cuerpo, aquí está la cuestión.
"El género es una
construcción cultural; por consiguiente no es ni resultado causal del sexo ni
tan aparentemente fijo como el sexo (…) Al teorizar que el género es una
construcción radicalmente independiente del sexo, el género mismo viene a ser
un artificio libre de ataduras; en consecuencia hombre y masculino podrían
significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y femenino, tanto
un cuerpo masculino como uno femenino."[11]
Hay que reconocer que en algún
párrafo de su “Deshacer el género”(2004)[12]Butler
todavía reconoce la función de la diferencia sexual, por lo menos en lo
referido a la procreación: “Aquellos que sostienen que ser producido por una
madre y un padre es crucial para todos los humanos, quizás tengan algo de
razón.”[13] Y un poco más adelante:“en ese sentido la diferencia sexual forma una parte esencial de
cualquier explicación a la que un humano puede
recurrir sobre su origen.”[14]
Sin embargo no será este reconocimiento de la
función natural de la diferencia sexual el punto de fuerza del pensamiento de
Butler. Partiendo de su experiencia como lesbiana, y por lo tanto la de alguien
a quien la definición de lo femenino no le cabe -lo dice ella misma- salvo desmantelando los supuestos
de la estructura binaria de la sexualidad, hoy vigente, Butler busca poner en
evidencia de que las palabras con la que nos definen tienen siempre reglas de
exclusión.
Si se tienen en cuenta las personas que no habitan
cómodamente su identidad asignada, según Butler hay que revisar las reglas y
las exclusiones: “El
movimiento intersex ha cuestionado por qué la sociedad mantiene el ideal del
dimorfismo de género cuando un porcentaje significativo de niños tiene
cromosomas diversos, y cuando existe un continuum entre el varón y la hembra
que sugiere la arbitrariedad y la falsedad del dimorfismo de género como prerrequisito
del desarrollo humano.”[15]
Vemos en estos textos la dirección que toma el
reclamo: se trata realmente de un trans feminismo, de un camino alternativo de
reconocimiento a toda forma de percepción de la propia identidad sexual, y su
consecuente manifestación pública, en un mundo que haya desmantelado el mandato
patriarcal de la sexualidad binaria : “La
transexualidad no es un trastorno y no debería ser concebida como tal , y
deberían entenderse a las personas trans como personas comprometidas con una
práctica de autodeterminación, personas que ejercen su autonomía.”[16]
Se trata
de un cambio radical de la sociedad, que implica una lucha denodada contra
cualquier afirmación de una naturaleza humana: ¿una verdadera rebelión de la
creatura? La fuente de la energía de la rebelión es quizás la posibilidad, a
través de intervenciones quirúrgicas, tratamientos hormonales, etc., de ser lo
que uno no es. Pero es necesario que el resto de la sociedad cambie su estructura,
porque, como reconoce también Butler, el mismo lenguaje está fundado en
diferencias binarias, como singular y plural, positivo y negativo, masculino y
femenino.
Por otra
parte, llama la atención que, justamente
en este clima de abandono de las diferencias binarias, haya diferencias
en la edad jubilatoria, se haya establecido el concepto de violencia de género
y haya una nueva figura delictiva: el femicidio. Todo tiene su fundamento en la
diferencia, pero una corriente cultural y educativa parece apuntar al
desmantelamiento de esa diferencia fundamental.
Es
preciso aclarar toda persona es merecedora de respeto y buen trato, sea cual
fuere su situación respecto de su identidad sexual. Ver lo que se gesta en la
cuarta fase del feminismo con el aumento de personas con disforia de género o
trans género nos permite entender la extrema desorientación de muchos adolescentes
y adultos, que ven sus dificultades complicarse, en vez de encaminarse, por falta
de realismo y exceso de omnipotencia de quienes los atienden.
Hay un
ejemplo luminoso de cuidado de personas trans en la experiencia de la Hna.
Mónica, una carmelita que, por una serie de circunstancias no elegidaspor ella,
pero sí enfrentadas con coraje y enorme generosidad, desde hace diez años
atiende a mujeres trans, todas ellas destrozadas por la exclusión, la
prostitución y el abandono de sus familiares.[17]
Muchas
veces, las intervenciones quirúrgicas
para acomodar su sexo natural al percibido terminan alterando dramáticamente su
aspecto, su equilibrio interior y su posibilidad de ser acepadas: “siempre en la periferia, de la sociedad,
abandonadas, despreciadas, y en la miseria más absoluta.”[18].
Parecería que los errores conceptuales se hacen práctica, y la práctica errónea
produce nuevas periferiashumanas, pero esta circunstancia no es una buena razón
para el rechazo y el abandono.
El
trabajo delicado y valiente de la periodista María Laura Favarel sobre el
valiente trabajo de la Hna. Mónica en su “Acariciar
las heridas” (2016) muestra un camino plenamente humano, pero también
abierto a la trascendencia, para la aceptación y el acompañamiento de estas
personas, profundamente heridas, como efecto trágico de los extravíos de
nuestra actual cultura.
6-
Conclusiones
Muy
lejos de pretender que con estas pocas reflexiones y citas se aclaró el
panorama de esta verdadera batalla cultural, me atrevo a pensar que, dada la
complejidad de la situación y los efectos dramáticos que puede llegar a tener, necesitamos
estar bien informados para no desechar prejuiciosamente los reclamos que puedan
tener validez, ni aceptar acríticamente lo que contradice la realidad. Hay
mucho en juego, y la base filosófica elegida para la explicación delo que
ocurre, en vez de iluminar los problemas para poder resolverlos,construye una
versión paralela de la realidad, creando nuevos e inéditos problemas.
Como
parte de la respuesta a una visión constructivista de la sexualidad, me parece
muy interesante el siguiente texto del Dr. Alberto J. Solari, médico, docente e
investigador principal de Conicet en “Origen del sexo en la evolución”:
“La reproducción sexual se originó muy
tempranamente en el curso de la evolución de las especies, superando a la más
primitiva reproducción asexual. La reproducción sexual, a diferencia
de la asexual, permite que las mutaciones favorables de los genes de un
determinado organismo se distribuyan rápidamente entre otros organismos
similares mientras que se eliminan rápidamente las mutaciones letales.Gracias a
la reproducción sexual la biosfera está dotada de una gran variedad de genomas
que cambian permanentemente, dando origen al desarrollo de individuos
genéticamente únicos y prácticamente irrepetibles, enriqueciendo así con
diversidad y belleza el mundo de los seres vivos.”[19]
Estas afirmaciones nos permiten defender, sobre
sólidas bases, la existencia y la funcionalidad de las identidades sexuales del
varón y de la mujer.
¿Qué enseñanza nos han permitido los distintos
feminismos? Primero, cuán
lejos de la realidad se llega cuando no se la mira humildemente, una humildad
apropiada para alguien que ha recibido su ser y no lo ha creado.
También uno
puede aprender que cada cultura debe revisar
lo que permite, exige y prohíbe a cada miembro de la sociedad, en particular
según su identidad sexual, para ajustarlo a las capacidades y necesidades
materiales y simbólicas, que pueden variar.
Pero se puede extraer una enseñanza más, referida
esta vez a la estructura de la comunidad de las personas: ninguna subordinación
construye una buena sociedad, salvo que sea por protección, y solo por el
tiempo en que dura la necesidad. Ningún servicio exigido coercitivamente puede
crear comunidad; solo el servicio en clima de reciprocidad lo hace, y es la
mejor manera de hacer fecundas las diferencias. Ese modo de servirnos de
corazón unos a otros, varones y mujeres, en plena reciprocidad, se llama
también amor.
Bibliografía
- Simone de Beauvoir: El Segundo Sexo, Bueno Aires 2007, ed. Debolsillo. [Paris 1949, ed. Gallimard].
- Emmanuel Lévinas: “El Tiempo y el Otro”, Barcelona 1993, ed. Paidós.
- Konrad Lorenz:“Ilcosiddettomale” (“Das sogennanteBöse”, 1963), Milano 1974, ed. Garzanti.
- Margareth Mead: Male and Female, New York 1948, ed. William Morrow.
- Chantal Mouffe: “En torno a lo político”, Buenos Aires 2007, ed. Fondo de Cultura Económica.
- Judith Butler: Deshacer el género, Barcelona 2017, ed. Paidós, (UndoingGender, New York 2004, ed. Routledge).
- Judith Butler: Cuerpos que importan, Buenos Aires 2005, ed.Paidós (BodiesthatMatter,New York 1995, ed. Routledge).
- Judith Butler: Gendertrouble: Feminism and the Subversion of Identity”, New York– London 1990, ed. Routledge,
- AmartyaSen: “Development as Freedom” London 1999, en español: “Desarrollo como libertad” Buenos Aires 2000, ed. Planeta.
- Carol Gilligan: In a DifferentVoice, psychologicaltheory and women'sdevelopment, Cambridge, Ma, 1982, ed. Harvard UniversityPress.
- María Laura Faverel: “Acariciar las heridas”, Rosario 2016, ed. Logos.
- Paola S. Delbosco: La identidad de la mujer: contrapuntos, en revista Universitas, Buenos Aires nov. 2005, n.1.
- Francisco Villar: Los Indoeuropeos y los orígenes de Europa, Madrid 1996, ed. Gredos.
[1]
Para datos históricos más precisos, además de la abundante bibliografía
existente, puede consultarse mi artículo “La identidad de la mujer:
contrapuntos” en revista Universitas,
nov. 2015, n.1, p.43-58.
[3]
Emmanuel Lévinas: “El Tiempo y el Otro”, Barcelona
1993, ed. Paidós, p.129.
[4]
Francisco Villar: “Los Indoeuropeos y los
orígenes de Europa”, Madrid 1996, ed. Gredos, p.85.
[5]AmartyaSen:
“Development as Freedom” London 1999, en español:
“Desarrollo como libertad” Buenos Aires 2000, ed. Planeta, cap.8.
[6]
Harvard UniversityPress.
[7]
Ver estos conceptos en Chantal Mouffe: “En torno a lo político”, Buenos Aires
2007, ed. Fondo de Cultura Económica, p.24-27.
[8]
Las negritas no aparecen en el texto.
[9]
Ídem.
[10]
En su momento, en los meses previos a la conferencia de Beijing, desde la mesa
de trabajo para las reservas y recomendaciones argentinas sobre el documento en
cuestión, habíamos enviado una definición compatible con la existencia de una
identidad natural femenina y masculina, pero no fue aceptada.
[11] Judit Butler: “Gender Trouble.
Feminism and the Subversion of Identity”, New
York– London 1990, ed. Routledge,
p. 6.
[12]
Judith Butler: “UndoingGender”,New
York 2004; en español: “Deshacer el
género”, Buenos Aires 2017 ed. Paidós.
[13]
Judith Butler: “Deshacer el género”,
Buenos Aires 2017, ed. Paidós, p.26.
[14]Ibid. p.26.
[15]Ibid. p.99.
[16]Ibid. p.114.
[17]
María Laura Faverel: “Acariciar las
heridas”, Rosario 2016, ed. Logos.
[18]
María Laura Faverel: “Acariciar las
heridas”, Rosario 2016, ed. Logos, p.25.
[19]Alberto
J. Solari: “Origen del sexo en la
evolución”http://formacion-integral.com.ar/website/?p=231
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