FELICIDAD Y LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO
por Ludovico Videla
En estos momentos estoy gozando de un horizonte nuevo, donde yo, y todo lo que gira a mí alrededor, se mueve a una menor velocidad. He llegado a la edad del retiro. El mundo es más lento, en parte por la disminución de las capacidades sensoriales, pero también por prestar más atención, para entender mejor, más hondamente, lo que pasa a mí alrededor.
La mayor libertad que dispongo es en gran medida fruto de mi condición de ser menos útil. O al menos para ciertas cosas, hago labores triviales pero algunas gratificantes como hamacar a mis nietos y leer más libros.
Casi de casualidad volvió a caer en mis manos “Felicidad y Contemplación” de Josef Pieper, con lo que volví a reflexionar sobre cuestiones que en su momento- hace 50 años en 1968- aparecieron como de golpe frente a mí.
Santo Tomás dice Pieper, afirma que querer ser feliz no es una cuestión de elección. “El hombre quiere la felicidad naturalmente y con necesidad”.[1]
Natural aquí quiere decir creado, es decir hemos sido creados de una forma y hacia un destino que no hemos elegido y está decidido por encima y antes que nosotros mismos.
Ese deseo de felicidad es como una sed insaciable que no podemos satisfacer completamente y agota nuestras energías.
La Constitución de Estados Unidos reconoce el derecho de todo ciudadano de buscar la felicidad. Pragmático, Benjamín Franklin interpretó este derecho en un sentido subjetivo, todos pueden buscar la felicidad a su manera pero el Estado no garantiza su procura, solo cuida la libertad para que busquemos la felicidad de la manera que consideremos mejor.
Jeremías Benthan, le dio un giro al tema felicidad, que domina la esfera de la política desde entonces. El Estado debería lograr “la mayor felicidad para el mayor número”, pero felicidad era para él, bienestar, “el máximo de placer y el mínimo de dolor”.
Pero Santo Tomás ya nos había alertado sobre guiarnos por las demandas sensibles, él decía “Así las preocupaciones sensibles impiden al hombre ocuparse de las cosas inteligibles”[2]. Si nos dejamos llevar exclusivamente por lo sensible se nos obscurece el sentido profundo de las cosas y la vida, y no podremos acertar en el camino de la felicidad verdadera.
San Benito dice en la Regla, con ese lenguaje directo y rudo que ya no lo escuchamos “hay caminos que parecen rectos a los ojos de los hombres pero conducen a lo más profundo del infierno”.[3] Hay que acertar en el camino.
Volviendo a 1968 y su revuelta, del Noce la llama “la última revolución burguesa”, porque verdaderamente los llamados “jóvenes idealistas” rechazaban la sociedad de consumo, y querían hacer la revolución que compraron de los filósofos de Frankfurt, pero terminaron en el individualismo triunfante y la globalización económica. De los hippies o yippies arribamos a la edad de los yuppies.
Ahora quieren encontrar la felicidad en la mutación de la identidad sexual. La ideología de género ya perturba el goce del sexo y la relación hombre mujer. Por necesidad debe ser totalitaria por antinatural.
Cuando esto se supere, volverá nuevamente a quedar claro que tenemos un deseo infinito de felicidad, y que es posible alcanzarlo parcialmente en este mundo, pero que será pleno en el otro.
Alternativamente podremos volver a la falsa infinitud del burgués que busca saciar su deseo de felicidad consumiendo cosas y acumulando objetos, para siempre frustrarse.
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