Homilía de Monseñor Oscar Ojea - Obispo de San Isidro - Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
Lujan, Domingo 8 de Julio de 2018
Convocados por nuestra Madre hemos venido desde muchos rincones del país para ponernos bajo su mirada en este momento tan delicado para nuestra Patria. Estamos perplejos y doloridos ante la posibilidad de que se sancione la ley de despenalización del aborto. Sería la primera vez que se dictaría en la Argentina y en tiempos de democracia, una ley que legitime la eliminación de un ser humano por otro ser humano. La Virgen conoce este desamparo y esta tristeza, los conoce por experiencia propia al pie de la cruz, esa experiencia que acabamos de recordar en la lectura del Evangelio. Allí, Jesús la hizo Madre de todos los hombres y ante esta querida imagen de Luján que ha sabido recibir las penas y las alegrías de todo el pueblo argentino a lo largo de su historia, queremos encontrar en su tierna mirada el calor de hogar, la serenidad del corazón, la luz de la sabiduría y las fortalezas necesarias para aportar lo mejor de nosotros en este momento.
Hemos venido para pedirle que nos enseñe los caminos para aprender a respetar la vida, a cuidarla, a defenderla y a servirla.
A respetarla, porque la vida es puro don de Dios, por eso es sagrada. Nosotros no somos sus dueños. Somos administradores de este gran bien. Ella es el bien primero y fundamental, un bien que está más allá de nosotros. Un bien que no “fabricamos” aunque tengamos la maravillosa posibilidad de transmitirlo cooperando con el Creador.
Le pedimos también aprender a cuidarla. Cuando empezábamos a trabajar hace varios años en los centros de recuperación de jóvenes con adicciones, centros barriales, hogares de Cristo, el Papa Francisco nos decía: “Reciban la vida como viene”
Sabemos que no siempre es fácil recibir la vida como viene, a veces se presenta en contextos conflictivos y angustiosos. Sin embargo, siempre es posible cuidarla y defenderla.
Sentimos la necesidad de agradecer en esta Eucaristía en la que celebramos la Vida, a tantas madres que han sabido superar circunstancias muy complejas optando por cuidar y defender al niño que llevan consigo.
Los varones no podemos sentir en nuestro cuerpo la presencia de otro ser humano que crece. No podemos experimentarlo en nosotros. Son las mujeres las que nos transmiten este coraje y esta entrega por el compromiso corporal que tienen con la vida y por su cercanía con ella.
Le vamos a pedir también a la Virgencita aprender a ser servidores de la vida, es decir a crear circunstancias aptas para su venida y su desarrollo. Aquellos que decimos que defendemos la vida desde la concepción hasta su término natural pasando por todas las etapas de su crecimiento, no podemos quedarnos en enunciados y en palabras. Tenemos que asumir el compromiso social concreto que nos lleve a crear condiciones dignas para recibir la vida, acompañando muy cercanamente a aquellas hermanas nuestras que tienen embarazos en situaciones psíquicas y sociales sumamente vulnerables y frágiles.
Es necesario encontrar soluciones nuevas y creativas para que ninguna mujer busque recurrir a un desenlace que no es solución para nadie.
Nos dice el Papa Francisco en su Carta sobre la Santidad: “La defensa del inocente que no ha nacido debe ser clara, firme y apasionada porque allí está en juego la dignidad de la vida humana siempre sagrada y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y los ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud y en toda forma de descarte” (Gaudete et Exsultate 101)
Quisiéramos decirles una palabra de Pastores a los y las jóvenes que están inmersos en una cultura que muchas veces los envuelve y los confunde. Una cultura consumista que les dice: Con tu cuerpo hacé lo que quieras y también: Vos pensá como quieras pero déjame a mí hacer lo que quiero.
Con mucho afecto queremos transmitirles lo que pensamos y sentimos de corazón: “Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (2 Cor. 6,16), somos inmensamente amados por Dios que nos pensó desde toda la eternidad y nos conoce precisamente desde el vientre de nuestra madre” (Jer. 1,5; Sal. 139, 3-16)
Hemos recibido nuestra vida como don, por eso debemos cuidarla, tampoco somos dueños de otra vida humana. Es otro cuerpo, otra vida sobre la que no tenemos poder. Chicos y chicas, el aborto no es un derecho sino un drama.
Este drama nos llena de angustia porque se puede plantear la opción entre dos vidas. Pero el drama tiene un final abierto y podes decidir en favor de las dos. Tampoco es cierto que vos podes hacer lo que quieras y que a nosotros no nos debe importar. Este razonamiento es fruto de una cultura que nos obliga a desentendernos de los demás como si la Patria fuera un amontonamiento de individuos en el que a nadie le importa que el otro se lastime. Cuanto más queremos a las personas, más nos importa lo que les pasa.
Le hemos pedido entonces a nuestra Madre que nos enseñe a respetar la vida, a cuidarla, a defenderla y a servirla. Los argentinos no podemos perder esa hospitalidad esencial de todo ser humano: La capacidad de recibir con los brazos abiertos a todos aquellos que han sido invitados al banquete de la vida, preparando para ellos una casa digna de ser habitada, una Patria más justa, más fraterna y más humana.
En este Santuario se han depositado los secretos del corazón de tantas personas, especialmente de tantas madres que han encontrado descanso en la mirada misericordiosa de María. Volvamos a detenernos ante esa mirada y pidámosle que nos de su bendición.
Pidámosle también que a través nuestro mire a todos los hogares del país, especialmente a nuestros jóvenes, a nuestros niños y niñas que crecen en el vientre de sus madres y que son nuestra mayor riqueza, nuestro mayor tesoro.
Mons. Oscar Ojea
Obispo de San Isidro
Presidente Conferencia Episcopal Argentina
Convocados por nuestra Madre hemos venido desde muchos rincones del país para ponernos bajo su mirada en este momento tan delicado para nuestra Patria. Estamos perplejos y doloridos ante la posibilidad de que se sancione la ley de despenalización del aborto. Sería la primera vez que se dictaría en la Argentina y en tiempos de democracia, una ley que legitime la eliminación de un ser humano por otro ser humano. La Virgen conoce este desamparo y esta tristeza, los conoce por experiencia propia al pie de la cruz, esa experiencia que acabamos de recordar en la lectura del Evangelio. Allí, Jesús la hizo Madre de todos los hombres y ante esta querida imagen de Luján que ha sabido recibir las penas y las alegrías de todo el pueblo argentino a lo largo de su historia, queremos encontrar en su tierna mirada el calor de hogar, la serenidad del corazón, la luz de la sabiduría y las fortalezas necesarias para aportar lo mejor de nosotros en este momento.
Hemos venido para pedirle que nos enseñe los caminos para aprender a respetar la vida, a cuidarla, a defenderla y a servirla.
A respetarla, porque la vida es puro don de Dios, por eso es sagrada. Nosotros no somos sus dueños. Somos administradores de este gran bien. Ella es el bien primero y fundamental, un bien que está más allá de nosotros. Un bien que no “fabricamos” aunque tengamos la maravillosa posibilidad de transmitirlo cooperando con el Creador.
Le pedimos también aprender a cuidarla. Cuando empezábamos a trabajar hace varios años en los centros de recuperación de jóvenes con adicciones, centros barriales, hogares de Cristo, el Papa Francisco nos decía: “Reciban la vida como viene”
Sabemos que no siempre es fácil recibir la vida como viene, a veces se presenta en contextos conflictivos y angustiosos. Sin embargo, siempre es posible cuidarla y defenderla.
Sentimos la necesidad de agradecer en esta Eucaristía en la que celebramos la Vida, a tantas madres que han sabido superar circunstancias muy complejas optando por cuidar y defender al niño que llevan consigo.
Los varones no podemos sentir en nuestro cuerpo la presencia de otro ser humano que crece. No podemos experimentarlo en nosotros. Son las mujeres las que nos transmiten este coraje y esta entrega por el compromiso corporal que tienen con la vida y por su cercanía con ella.
Le vamos a pedir también a la Virgencita aprender a ser servidores de la vida, es decir a crear circunstancias aptas para su venida y su desarrollo. Aquellos que decimos que defendemos la vida desde la concepción hasta su término natural pasando por todas las etapas de su crecimiento, no podemos quedarnos en enunciados y en palabras. Tenemos que asumir el compromiso social concreto que nos lleve a crear condiciones dignas para recibir la vida, acompañando muy cercanamente a aquellas hermanas nuestras que tienen embarazos en situaciones psíquicas y sociales sumamente vulnerables y frágiles.
Es necesario encontrar soluciones nuevas y creativas para que ninguna mujer busque recurrir a un desenlace que no es solución para nadie.
Nos dice el Papa Francisco en su Carta sobre la Santidad: “La defensa del inocente que no ha nacido debe ser clara, firme y apasionada porque allí está en juego la dignidad de la vida humana siempre sagrada y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y los ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud y en toda forma de descarte” (Gaudete et Exsultate 101)
Quisiéramos decirles una palabra de Pastores a los y las jóvenes que están inmersos en una cultura que muchas veces los envuelve y los confunde. Una cultura consumista que les dice: Con tu cuerpo hacé lo que quieras y también: Vos pensá como quieras pero déjame a mí hacer lo que quiero.
Con mucho afecto queremos transmitirles lo que pensamos y sentimos de corazón: “Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (2 Cor. 6,16), somos inmensamente amados por Dios que nos pensó desde toda la eternidad y nos conoce precisamente desde el vientre de nuestra madre” (Jer. 1,5; Sal. 139, 3-16)
Hemos recibido nuestra vida como don, por eso debemos cuidarla, tampoco somos dueños de otra vida humana. Es otro cuerpo, otra vida sobre la que no tenemos poder. Chicos y chicas, el aborto no es un derecho sino un drama.
Este drama nos llena de angustia porque se puede plantear la opción entre dos vidas. Pero el drama tiene un final abierto y podes decidir en favor de las dos. Tampoco es cierto que vos podes hacer lo que quieras y que a nosotros no nos debe importar. Este razonamiento es fruto de una cultura que nos obliga a desentendernos de los demás como si la Patria fuera un amontonamiento de individuos en el que a nadie le importa que el otro se lastime. Cuanto más queremos a las personas, más nos importa lo que les pasa.
Le hemos pedido entonces a nuestra Madre que nos enseñe a respetar la vida, a cuidarla, a defenderla y a servirla. Los argentinos no podemos perder esa hospitalidad esencial de todo ser humano: La capacidad de recibir con los brazos abiertos a todos aquellos que han sido invitados al banquete de la vida, preparando para ellos una casa digna de ser habitada, una Patria más justa, más fraterna y más humana.
En este Santuario se han depositado los secretos del corazón de tantas personas, especialmente de tantas madres que han encontrado descanso en la mirada misericordiosa de María. Volvamos a detenernos ante esa mirada y pidámosle que nos de su bendición.
Pidámosle también que a través nuestro mire a todos los hogares del país, especialmente a nuestros jóvenes, a nuestros niños y niñas que crecen en el vientre de sus madres y que son nuestra mayor riqueza, nuestro mayor tesoro.
Mons. Oscar Ojea
Obispo de San Isidro
Presidente Conferencia Episcopal Argentina
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