Discurso del Papa a la Asociación de Médicos Católicos Italianos
Con motivo del 70 aniversario de su fundación
El Papa mantuvo un encuentro con la
Asociación de Médicos Católicos de Italia con motivo de su 70 aniversario, en
el que pronunció un contundente discurso sobre el valor de la vida humana,
desde su concepción hasta su muerte natural
Os agradezco vuestra presencia y vuestro deseo: ¡que el Señor me
conceda vida y salud! Pero eso depende también de los médicos: ¡espero
que ayudéis al Señor! En particular, quiero saludar al Asistente
eclesiástico, Mons. EdoardoMenichelli, al Cardenal Tettamanzi,
vuestro primer asistente, y también un pensamiento para el Cardenal FiorenzoAngelini −que
durante decenas de años siguió la vida de la Asociación, y que ha estado tan
enfermo y se está recuperando estos días−, y agradezco al Presidente también
ese buen deseo: ¡gracias!
No cabe duda de que, en nuestros días, gracias a los progresos científicos
y técnicos, han aumentado notablemente las posibilidades de curación física;
sin embargo, en algunos aspectos parece disminuir la capacidad de “cuidar” a la
persona, sobre todo cuando sufre, es frágil y está indefensa. Porque las
conquistas de la ciencia y de la medicina pueden contribuir al mejoramiento de
la vida humana en la medida en que no se alejen de la raíz ética de dicha
disciplina. Por esa razón, los médicos católicos os comprometéis a vivir
vuestra profesión como una misión humana y espiritual, como un auténtico y
específico apostolado laical.
La atención a la vida humana, especialmente a la que tiene más
dificultades, o sea, al enfermo, al anciano y al niño, atañe profundamente a la
misión de la Iglesia, que también se siente llamada a participar en el debate
que tiene por objeto la vida humana, presentando su propia propuesta fundada en
el Evangelio.
En muchos aspectos, la calidad de vida se vincula principalmente a las
posibilidades económicas, al “bienestar”, a la belleza y al gozo de la vida
física, olvidando otras dimensiones más profundas −relaciones personales,
espirituales y religiosas− de la existencia.
En realidad, a la luz de la fe y de la recta razón, la vida humana
siempre es sagrada y “de calidad”. No existe una vida humana más sagrada que
otra: ¡toda vida humana es sagrada! Igual que no hay una vida cualitativamente
más significativa que otra, porque tenga más medios, más derechos o más
oportunidades económicas y sociales.
Es lo que vosotros, queridos médicos católicos, intentáis afirmar, ante
todo con vuestro estilo profesional. Vuestra labor quiere dar testimonio, con
la palabra y el ejemplo, de que la vida humana es siempre sagrada, válida e
inviolable, y como tal tiene que ser amada, defendida y atendida. Vuestra
profesionalidad, enriquecida con el espíritu de la fe, es un motivo más para
colaborar con cuantos −también a partir de diferentes perspectivas religiosas o
de pensamiento− reconocen la dignidad de la persona humana como criterio de su
actividad.
Si el juramento hipocrático os compromete a ser siempre
servidores de la vida, el Evangelio os empuja más allá: a amarla siempre y en
cualquier circunstancia, sobre todo cuando necesita particulares atenciones y
cuidados. Así han actuado los componentes de vuestra Asociación a lo largo de
70 años de benemérita actividad. Os animo a seguir con humildad y confianza por
ese camino, esforzándoos en perseguir vuestras metas estatutarias, que reciben
la enseñanza del Magisterio de la Iglesia en el campo médico-moral.
El pensamiento dominante propone a veces una “falsa compasión”: la que
considera que es una ayuda a la mujer favorecer el aborto, un acto de dignidad
procurar la eutanasia, una conquista científica “producir” un hijo considerado
como un derecho en vez de acogerlo como don; o usar vidas humanas como ratas de
laboratorio para salvar presumiblemente otras. La compasión evangélica, en
cambio, es la que acompaña en el momento de la necesidad, es decir la del Buen
Samaritano, que “ve”, “tiene compasión”, se acerca y ofrece ayuda concreta
(cfr. Lc 10,33).
Vuestra misión de médicos os pone a diario en contacto con tantas formas
de sufrimiento: os animo a haceros cargo como “buenos samaritanos”, cuidando de
modo particular a los ancianos, enfermos y discapacitados. La fidelidad al Evangelio
de la vida y al respeto de ella como don de Dios, a veces requiere decisiones
valientes y a contracorriente que, en circunstancias particulares, pueden
llegar a la objeción de conciencia. Y a muchas consecuencias sociales que dicha
fidelidad comporta. Estamos viviendo un tiempo de experimentos con la vida.
Pero son experimentos malos: hacer hijos en vez de acogerlos como don, como he
dicho; jugar con la vida…
Estad atentos, porque eso es un pecado contra el Creador: contra Dios
Creador, que ha creado las cosas así. Cuántas veces, en mi vida de sacerdote,
he escuchado: Pero dígame, ¿por qué la Iglesia se opone al aborto, por
ejemplo? ¿Es que es un problema religioso? −No, no es un problema
religioso. ¿Es un problema filosófico? −No, no es un problema
filosófico. Es un problema científico, porque ahí hay una vida humana y no es
lícito eliminar una vida humana para resolver un problema. Pero no, el
pensamiento moderno… −Mira, en el pensamiento antiguo y en el
pensamiento moderno, ¡la palabra matar significa lo mismo! Y lo mismo vale para
la eutanasia: todos sabemos que, con tantos ancianos, en esta cultura del
descarte se hace la eutanasia escondida. Pero también está la otra. Y
eso es decir a Dios: No, el fin de la vida lo hago yo, como yo quiero. ¡Pecado
contra Dios Creador! Pensad bien en esto.
Os deseo que los 70 años de vida de vuestra Asamblea estimulen un
posterior camino de crecimiento y madurez. Que podáis colaborar de modo
constructivo con todas las personas e instituciones que compartan con vosotros
el amor a la vida y se dediquen a servirla en su dignidad, sacralidad e
inviolabilidad. San Camilo de Lellis, al sugerir el método más eficaz para la
atención del enfermo, decía simplemente: «Poned más corazón en esas
manos». Ese es también mi deseo. Que la Virgen Santa, Salusinfirmorum,
sostenga los propósitos con los que queréis seguir vuestra tarea. Os pido por
favor que recéis por mí y os bendigo de todo corazón. Gracias.
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