domingo, 22 de diciembre de 2019

La Virgen de la Inocencia


La Virgen de la Inocencia

Georges Bernanos, Diario de un cura rural, Barcelona 1951, 202.

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La Virgen Santa no ha tenido ni triunfos ni milagros. Su Hijo no permitió que la gloria humana la rozara siquiera. 
Nadie ha vivido, ha sufrido y ha muerto con tanta sencillez y en una ignorancia tan profunda de su propia dignidad, de una dignidad que, sin embargo, la pone muy por encima de los ángeles. Ella nació también sin pecado... ¡qué extraña soledad! 
Un arroyuelo tan puro, tan limpio que ella no pudo ver reflejada en él su propia imagen, hecha para la sola alegría de Dios Padre –¡oh soledad sagrada!–...
 Los antiguos demonios familiares del hombre, dueños y servidores al mismo tiempo, los terribles patriarcas que guiaron los primeros pasos de Adán en el umbral del mundo maldito, la Astucia y el Orgullo, contemplan desde lejos a esa criatura milagrosa que está fuera de su alcance, invulnerable y desarmada.
 Es verdad que nuestra pobre especie no vale mucho, pero la infancia emociona siempre sus entrañas y la ignorancia de los pequeños le hace bajar los ojos, esos ojos que conocen el bien y el mal, esos ojos que han visto tantas cosas.
 ¡Pero no es más que la ignorancia al fin y al cabo! La Virgen es la inocencia. Date cuenta de lo que nosotros somos para ella, nosotros, la raza humana. Ella detesta el pecado, naturalmente, pero no tiene de él ninguna experiencia, esa experiencia que ni siquiera les ha faltado a los más grandes santos, hasta al propio santo de Asís, con lo seráfico que fue. 
La mirada de la Virgen es la única verdaderamente infantil, la única mirada de niño que se ha dignado fijarse en nuestra vergüenza y en nuestra desgracia. 
Sí, hijo mío... Para rezar bien las oraciones que a ella dirigimos tenemos que sentir sobre nosotros esa mirada que no es del todo la de la inocencia –pues la inocencia va siempre acompañada, siempre, de alguna amarga experiencia–, sino de tierna compasión, de sorpresa dolorosa, de no sabemos qué sentimientos, una mirada inconcebible, inexpresable, que nos la muestra más joven que el pecado, más joven que la raza de la que ella es originaria y, aunque Madre por la gracia, Madre de las gracias, la más joven del género humano



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