domingo, 22 de diciembre de 2019

La sonrisa de María



La sonrisa de María



Benedicto XVI, Fragmentos alocución, Lourdes,  15/09/2008



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El salmista, vislumbrando de lejos el vínculo maternal que une a la Madre de Cristo con el pueblo creyente, profetiza a pro pósito de la Virgen María que “los más ricos del pueblo buscan tu sonrisa” (Sal 44,13). 
De este modo, movidos por la Palabra inspirada de la Escritura, los cristianos han buscado siempre la sonrisa de Nuestra Seño ra, esa sonrisa que los artistas en la Edad Media han sabido representar y resaltar tan prodigiosamente. 
Este sonreír de María es para todos; pero se dirige muy especialmente a quienes sufren, para que encuentren en Ella con suelo y sosiego. 
Buscar la sonrisa de María no es sentimentalismo devoto o desfasado, sino más bien la expresión justa de la relación viva y profundamente humana que nos une con la que Cristo nos ha dado como Madre. 
Desear contemplar la sonrisa de la Virgen no es dejarse llevar por una imaginación descontrolada. La Escritura misma nos la desvela en los labios de María cuando entona el Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” (Lc 1,46-47). 
  Cada vez que se recita el Magnificat nos hace testigos de su sonrisa. Aquí, en Lourdes, durante la aparición del miércoles, 3 de marzo de 1858, Bernadette contempla de un modo total mente particular esa sonrisa de María. 
En la sonrisa que nos dirige la más destacada de todas las cria turas, se refleja nuestra dignidad de hijos de Dios, la dignidad que nunca abandona a quienes están enfermos. Esta sonrisa, reflejo verdadero de la ternura de Dios, es fuente de esperanza inquebrantable.
 En la sonrisa de la Virgen está misteriosamente escondida la fuerza para continuar la lucha contra la enfermedad y a favor de la vida. También junto a Ella se encuentra la gracia de aceptar sin miedo ni amargura el dejar este mundo, a la hora que Dios quiera. 
Sí, buscar la sonrisa de la Virgen María no es un infantilismo piadoso, es la aspiración, dice el salmo 44, de los que son “los más ricos del pueblo” (44,13). “Los más ricos” se entiende en el orden de la fe, los que tienen mayor madurez espiritual y saben reconocer precisamente su debilidad y su pobreza ante Dios. 
En una manifestación tan simple de ternura como la sonrisa, nos damos cuenta de que nuestra única riqueza es el amor que Dios nos regala y que pasa por el corazón de la que ha llegado a ser nuestra Madre. 
Buscar esa sonrisa es ante todo acoger la gratuidad del amor; es también saber provocar esa sonrisa con nuestros esfuerzos por vivir según la Palabra de su Hijo amado, del mismo modo que un niño trata de hacer brotar la sonrisa de su madre haciendo lo que le gusta. 
La sonrisa de María es una fuente de agua viva. “El que cree en mí -dice Jesús- de sus entrañas manarán torrentes de agua vi va” (Jn 7,38). María es la que ha creído, y, de su seno, han brotado ríos de agua viva para irrigar la historia de la humanidad. 
María os confía su sonrisa para que os convirtáis vosotros mis mos, fieles a su Hijo, en fuente de agua viva. Lo que hacéis, lo hacéis en nombre de la Iglesia, de la que María es la imagen más pura. ¡Que llevéis a todos su sonrisa! 


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